Si la evolución realmente funciona, ¿cómo es que las madres solo tienen dos manos?
Milton Berle
Conocí el mar a los siete años. Mi abuelo solía premiar mi desempeño escolar con un viaje de fin de año. Llegamos a Veracruz por tren, en un día nublado y ventoso; visitamos, ese mismo día, San Juan de Ulúa, una fortaleza construida por Hernán Cortés en 1519, sobre una pequeña isla. El mar estaba picado, las olas golpeaban los muros de la construcción y se rompían en amplios mantos de agua salada. El espectáculo era, sin duda, atemorizante. Al día siguiente, el cielo era hermosamente azul y el mar de un profundo color esmeralda; el sol arrancaba destellos a las mansas aguas que acariciaban la arena de la playa. Todo era una invitación a meterse al mar, pero yo no sabía nadar, y la atemorizante exhibición de poder, que Neptuno había desplegado el día anterior, no se había borrado del todo.
Sentado entre mis abuelos, a la sombra de una palapa tenía yo que decidir: quedarme a contemplar aquella inmensa belleza o Conocer el mar. Decidí no quedarme a la orilla y junto a otros niños comencé a aprender a nadar.
Igual me ha ocurrido con los asuntos del riesgo. Hay cierta estética cómoda en la idea de que el destino ha escrito todo y que no vale la pena tratar de adivinar o influir en el futuro: la estética de la complejidad inabarcable. Se puede uno quedar a contemplar cómo ocurren las cosas, cómo los dioses deciden y nos sacuden de vez en cuando, o se puede, también, tratar de disfrutar, provocando pequeños remolinos en la orilla de la inmensidad e imaginando hasta dónde llegarán.
Esa fascinación que nos causa la inmensa complejidad del riesgo, a veces, es expresada en conceptos tales como “Los cisnes negros”, y debo confesar que, para mí, es una invitación a sumergirme, al menos por las orillas, y no quedarme en la contemplación.
Tiempo atrás, a raíz del best seller de Nassim Taleb titulado “El Cisne Negro” (Random House, 2007), el término se ha popularizado, aunque, como suele suceder en muchas ocasiones, se han producido sesgos en su interpretación. Algunos afirman que ha sido la confirmación de la inutilidad de los métodos cuantitativos en el cálculo del riesgo; no obstante, el autor solamente supone dicha inutilidad para el caso de los cisnes negros, es decir, para aquellos eventos que constituyen una rareza, que producen un impacto tremendo y que nos obligan a tratar de explicarlos en retrospectiva. El mismo autor nos habla de su profesión: La economía cuantitativa. Se autodefine como un “Quant”, un tipo de “científico industrial que aplica modelos matemáticos de la incertidumbre a los datos económicos”; incluso afirma: “Tanto la filosofía de la historia como la epistemología parecían inseparables del estudio empírico de datos procedentes de series temporales, que es (…) una especie de documento histórico que contiene números en vez de palabras”.
Más allá de la obra de Taleb, Karl Popper había hecho referencia a los “cisnes negros” como una crítica al proceso de inducción. Popper nos recuerda que la observación de muchos cisnes blancos no demuestra que todos los cisnes sean blancos, pero, que la observación de un único cisne negro sí demuestra que no todos los cisnes son blancos. Esta sentencia trata de hacernos recapitular sobre el hecho de que, para constatar una teoría, resulta más útil tratar de refutarla, que intentar verificarla; es decir, una teoría será útil, solamente, en tanto no sea refutada, pues nadie puede afirmar que será posible verificarla, siempre, en el futuro.
En la caótica complejidad de la gestión del riesgo, un éxito prolongado, por pingüe que sea, puede llenarnos de vanas sensaciones de confianza y control, mientras, a la vuelta de la esquina, el complejo sistema en que estamos inmersos se prepara para una transición de fase; es decir, está por alcanzar un punto de inflexión, a partir del cual un minúsculo cambio incremental detonará efectos de gran escala: la gota que derrama el vaso. Por ejemplo, si usted pone agua en el congelador, ésta no se congelará poco a poco, en vez de ello, seguirá siendo líquida hasta atravesar el umbral del punto de congelación y, de pronto, se convertirá en hielo.
La transición de fase es característica de los sistemas complejos, surge del comportamiento colectivo interdependiente de sus partes. Y, no es esta propiedad la que ocasiona los peores efectos, sino nuestros errores de inducción, es decir, nuestras decisiones a partir conclusiones generales, basadas en la creencia de la gradualidad constante del progreso de las amenazas.
En la obra de Taleb se distinguen los “eventos extremos modelizables”, en otras palabras, los resultados extremos en la distribución de probabilidades (Los extremos de la campana), a los que ahora se conoce como los “cisnes grises”, asociados a la mayoría de los daños significativos que se producen en nuestras organizaciones, pues el daño de un cisne negro deja de ser significativo en el contexto de su inevitabilidad, mientras que los cisnes grises exhiben nuestra incapacidad para predecir, evitar o mitigar sus efectos. Lo que Taleb denomina eventos extremos modelizables, y otros llaman cisnes grises, son, en principio, eventos cuyo comportamiento puede ser simulado mediante modelos matemáticos.
Como hemos apuntado en entradas previas, las matemáticas de la simplicidad y las de la probabilidad y estadística ya no son capaces de ayudarnos a modelar las complejidades de los riesgos de nuestras organizaciones; hoy, podemos echar mano de, por ejemplo, los algoritmos genéticos que son técnicas de programación que imitan la evolución biológica como estrategia para resolver problemas.
Dado un problema específico y una métrica de aptitud, podemos codificar soluciones y proveerlas como insumo del algoritmo genético; el algoritmo genético evalúa cada solución candidata, de acuerdo con la métrica de aptitud; las soluciones de menor aptitud serán eliminadas, otras, que muestren cierta aptitud prometedora, se conservarán y se les permitirá reproducirse; las copias resultantes no serán idénticas, se introducirán cambios aleatorios; la descendencia digital constituirá el nuevo insumo del algoritmo genético, siendo sometidas a la evaluación de aptitud; unas habrán empeorado y serán eliminadas, otras habrán mejorado y continuarán en el proceso de variación y reproducción, de manera recursiva. Las expectativas son que, al paso del tiempo, la aptitud media de las soluciones se incrementará y será posible descubrir soluciones efectivas del problema. Las soluciones resultantes son, a menudo, más eficientes que las diseñadas por el ingenio humano.
Por otro lado, este tipo de algoritmos responden mejor a las características de Adaptabilidad, Emergencia, Auto-organización y No-linealidad de los sistemas complejos y podrían, por tanto, ser excelentes alternativas a los problemas de la gestión del riesgo.
Regresaremos a estos temas en próximas entradas.
F.Crisóstomo.