TRUMPADAS Y TWETTIZAS

La patria es sentirnos y hacernos dueños, amplios y grandes con nuestro cielo y nuestros campos, con nuestras montañas y nuestros lagos… Decir patria es decir amor y sentir el beso de nuestra madre, las caricias de nuestros hijos y la luz del alma de la mujer que dice: ‘yo te amo’. Guillermo Prieto.

Aunque tengo muy claro que el “hubiera” es la peor conjugación de verbo haber –entre amigos decimos que es el “pluscuanpendejo”– no puedo evitar, cuando leo la historia de México, dejar escapar algunos.

A veces entre suspiros, a veces entre “chingaos”, se me escapan los “hubiera”; por ejemplo: si Moctezuma no hubiera sido tan “cuiloni”; si hubiera hecho caso a Cuitlahuac; si no hubiera recibido a Cortés en el palacio de Axayacatl (como Peña recibió a Trump); si los guerreros aztecas hubieran culminado, definitivamente, su triunfo militar en la Noche Triste.

Pero, como en todos los hubiera, no hay “pa’tras”, solamente queda el pesar; pero, lo que más pesa es que, una y otra vez, decidimos ignorar la historia; hemos olvidado, por ejemplo, que: la bandera norteamericana ondeó en Palacio Nacional de septiembre de 1847 a junio de 1848, después de la oprobiosa invasión encabezada por el General Winfield Scott; una invasión a la que contribuyó la apatía de muchos mexicanos; Puebla, por ejemplo, se rindió sin un solo disparo, pues, entre otras razones, el clero amenazó con excomulgar a cualquier mexicano que atentara contra la vida de algún soldado norteamericano (mediando un acuerdo entre curas y gringos de respetar el patrimonio de la iglesia). Oprobioso, sin duda, fue también el “brindis del desierto”, un evento preparado por diputados, periodistas e intelectuales ultra liberales, encabezados por Miguel Lerdo de Tejada, donde le ofrecieron a Scott tomar la presidencia de nuestro país. Y, qué decir de la Mexican Spy Company, el grupo antiguerrillero creado por Scott para asesinar a los insurgentes mexicanos: mexicanos espiando y denunciando a mexicanos, a cambio de unos cuantos dólares.

Por poder, por dinero, por miedo o por simple veneración “empinosa” (de empinarse), muchos decidieron “hacerse de ladito”, pero no todos; ahí estuvo un grupo de civiles defendiendo el primer cuadro de la ciudad de México; ahí estuvo el padre Jarauta con sus guerrilleros; ahí estuvo la gente del pueblo, como Martha Hernández, que diezmó a los gringos a puras “Trompadas”; las “Trompadas” son unos dulces deliciosos que Martha preparaba, especialmente para los gringos, mezclándolos con “veintiunilla”, una hierba venenosa que los mandaba al “Mictlán” a los veintiún días.

La Historia, como yo la veo, está compuesta de historias, de esos relatos que hemos creado y creído para convocarnos a la colaboración. Como ha dicho Yuval Noah Harari, el progreso de nuestra especie puede ser explicado desde nuestra creatividad y nuestras creencias: a diferencia de otras especies, hemos sido capaces de crear y creer fabulosas historias que nos convocan a una colaboración profunda y extendida.

Poderosas instituciones de colaboración se han desarrollado a partir de las historias escritas en la Biblia, el Corán y el Dhammapada; casi el 60% de la población mundial cree en las historias ahí escritas y muchas de esas personas estarían dispuestas a sacrificar todo por sus creencias, incluso la vida (propia y ajena). El dólar, dice Yuval, es una de esas historias, que se fortalece entre más gente cree que, a través suyo, puede conseguirse casi cualquier cosa, en casi cualquier lugar del mundo. Eso se confirma hoy que las “Trumpadas” de Donald le han puesto una “Twittiza” a nuestra moneda. Sin importar quién los escriba, 140 caracteres no pueden tener esa clase de poder; entonces, ¿qué es lo que ha producido esos efectos?

En gran parte, ese poder surge de nosotros mismos, de las historias que, mezquinamente, nos contamos y hacemos válidas con nuestras elecciones y preferencias, otorgando nuestra confianza a los productos gringos por encima de los nacionales. Pero, no crea que soy un ciego nacionalista, yo sé que la confianza no puede ser un acto de fe, que el orgullo nacional no puede ser solamente una expresión patriotera; el orgullo nacional debe ser resultado de la confianza en nuestra productividad y en la calidad de lo que hacemos.

Más que creer, debemos confiar en que un taco es más nutritivo que una hamburguesa; debemos confiar en que el café veracruzano, o el chiapaneco, es mejor que el producido con semillas manipuladas genéticamente, ofrecido por la sirena de la doble cola. Pero, para logar ese nivel de confianza, cada uno de nosotros debe abandonar la cultura de la simulación -hacer como que hacemos- y abrazar el compromiso de hacer siempre lo correcto.

A pesar de los pesares, el pueblo llano, como en la historia que le conté sobre la invasión norteamericana, termina siendo el resguardo de la dignidad de cualquier nación; si queremos héroes, no tenemos que esforzarnos tanto; basta con salir a la calle por las mañanas, a ver a nuestros niños cargando, como “pípilas”, sus mochilas, que más que libros llevan esperanzas, y que pesan como un demonio, pues también cargan con las nuestras.

Conozco a muchos que van por la vida haciendo sólo lo que les parece seguro; conozco a otros cuya vanidad no les deja hacer más que lo que les dará popularidad; hay quienes se deslizan por la vida, haciendo solamente lo que creen políticamente adecuado. Ya no nos podemos mentir más, debemos dejar de hacer sólo lo conveniente y comenzar a optar, siempre, por lo correcto.

F. Crisóstomo.

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